viernes, 22 de enero de 2010



La playa en la que posamos nuestros pies era de arena blanca, tan fina como el algodón. Soplaba una brisa suave, que entraba por cada agujero de mis vaqueros y movía cada mechón de mi larga melena. Inspiraba. Expiraba. “Cuanta tranquilidad” pensé. Noel estaba a mi lado, su camiseta larga ondeaba al compás de mi cabello. Se podían divisar las Vespas rojas un poco más allá, en la carretera. Me quité las victorias azules y sentí todo el tacto de esa arena en mis pies fríos. Estaba caliente. Para ser Marzo y estar por las costas de Normandoía era raro. Desvié mi miraba hacía Noel, él también me miraba. Sus ojos verdes traspasaban cualquier barrera que tuviera mi corazón. Me desplumaban. Ahora aún más que a causa del Sol brillaban con intensidad. Me acerqué a el y le susurré :


- Me encanta este lugar.


- Es lo que querías ¿no? Una playa desierta de arena blanca.


- Te quiero.


Le besé. Todo lo que pudiera ocurrir en aquel momento era insignificante, todos mis sentidos, los cinco, se posaban en esos labios. Oía el ruido de las olas romper contra las rocas de más allá y notaba los picotazos que me daba la arena a causa del viento, que la movía.


Me separé de él. Su pelo, negro azabache, relucía.

sábado, 16 de enero de 2010



A veces el solía contemplarla, lo pillaba desprevenido mirándola, dejando detrás de sí un largo camino de melancolía y de tristeza. Sus ojos observaban cada detalle de su cuerpo, cada pequeño lunar que podía observar, a veces incluso parecía que miraba a través de su ropa, de su piel, de su corazón. La dejaba desnuda frente a toda la otra gente con la mirada. A ella le gustaba, se sentía complacida y bien. Ella no quería verle, no quería mantener conversación alguna con el, pero que el la mirara y le hablara, le encantaba, la dejaba descompuesta, como si de un ácido se tratara. Pensaba en todo lo bueno, en todo el circuito de esos ojos marrones por su cuerpo, en su coche teledirigido por la mirada, en el mando que el controlaba cuando y donde le diera la gana. El se sentía atrapado por ese perfume, como si fuera una cuerda que le ataba a ella.


- ¿y no le dijiste nunca que ella le quería?


- ¿y destrozar toda esa magia? Era bonito, ella se sentía bien, él también. Nunca habían dejado escapar nada, y parecía que el destino les brindaba una y otra oportunidad.


- Ojalá me pasara eso a mi, es tan perfecto.


- Ellos terminaron mal, su perfección no supo pasar esa barrera, ellos impidieron que pasara.


- Ellos se querían, imposible que lo impidieran.


- Sin darse cuenta la gente hace muchas cosas. Se querían tanto que se perdieron el uno al otro.

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